
Mujer rubia, 1925
Fuente: https://www.wikiart.org/
Si no me hubiera sentado en el autobús justo frente a ella, esto no habría pasado. Los lentes oscuros y la gorra que recogía su rubio cabello y le tapaba parte de la frente me desconcertaron. Pero a medida que avanzábamos me convencía de que yo conocía a esa mujer. Quizás fuera la forma primorosa de sus labios o su ausencia de este mundo para estar pendiente solo de la nada que desfilaba frente a su ventanilla.
Intenté no ser demasiado obvio, pero no podía evitarlo y tanto va el cántaro a la fuente hasta que ella se dio cuenta de mi impertinente mirada.
─ Sí, soy yo… la hipertimética ─ me dijo mientras se quitaba los lentes.
Entonces lo recordé todo. Se llamaba Isabel Cantero y la había conocido cuando mi amigo Manolo, tan dado a buscar personas y hechos fuera de lo común, me la presentó hacía unos años, cuando no era rubia.
─ Nos vimos el 14 de agosto hace tres años a las 3:15 de la tarde ─ precisó Isabel ─. Fue en el Parque de las Rosas y tu amigo Manolo quería que le hablase de mi hipertimesia.
Isabel padece de una extrañísima afección que le permite recordar todo con detalle. No se trata de una memoria excepcional para aprender, sino de una memoria que no le permite borrar ningún momento vivido por ella. Fechas, personas, situaciones, lugares o emociones sobreviven en ella por muy lejanas en el tiempo que se encuentren.
Todo eso lo supe en aquella entrevista con Manolo, pero lo que más me interesaba del reencuentro era saber por qué Isabel Cantero, la hipertimética, me había dado un teléfono equivocado cuando quedé con ella para seguirnos viendo porque ella me atraía y por qué Manolo tampoco me ayudó a buscarla.
─ Manolo lo entendió como nadie ─ me dijo ─, cuando te pasa lo que me pasa a mí, vives rumiando demasiados dolores que no puedes olvidar y no quieres aumentar la lista. Por eso cambias de apariencia, te mudas frecuentemente, trabajas por libre y no profundizas ninguna relación porque sabes que al final habrá un nuevo sufrimiento que no podrás olvidar.
Quise hacerle ver que también podía revivir momentos felices, pero ella había decidido no arriesgarse de nuevo, con la muerte de sus padres y la pérdida de su primer amor tenía para sufrir toda la vida.
Camino a casa comprendí por qué Erasmo, tan inteligente él, había hecho que la Estupidez, en parte necesaria para ser feliz, estuviera siempre acompañada del Olvido.
