
El juego de Ajedrez, c. 1555
Fuente: https://en.wikipedia.org/
Hoy domingo 20 de julio, se celebra el Día Mundial del Ajedrez.
Y como todas las efemérides que uno se encuentra, se recibe con media sonrisa y un café cargado ¡hasta el silencio de sesenta y cuatro escaques tiene su día! Pues como siempre comento, «hay un día para todo».
Se nos vende el ajedrez como la quintaesencia del intelecto, la simulación perfecta de la guerra ¡la vida misma! No lo sé. ¿La vida donde el rey no da pie con bola y la reina hace todo el trabajo?
Pero si el ajedrez no es la vida, al menos sí ha sido una coartada elegante para la vanidad de muchos. La historia está plagada de grandes maestros que se sentían «importantes» frente al tablero. Una sencilla muestra: Capablanca, «La máquina del ajedrez», campeón mundial de 1921 a 1927, que jugaba sin mirar; Mikhail Tal, conocido como «El Mago de Riga», campeón mundial de 1960 a 1961, que llegaba borracho a las partidas y aun así veía cinco jugadas por delante; o «Bobby» Fischer, campeón mundial de 1972 hasta 1975, que odiaba a todo el mundo…
Lo otro curioso son los nombres de ciertas maneras de jugar: la Apertura Española, el Gambito de Dama que Netflix convirtió en moda, o la Defensa Siciliana, que suena a mafia con fichas. Detrás de cada nombre, un duelo de egos, cafés fríos y relojes que matan con cada clic.
Las piezas también tienen su historia: el «sha mat» persa, de donde viene el «jaque mate», no era más que el anuncio de que el rey estaba indefenso. Porque el rey, ya creo que lo dije, es un pelele: avanza de a uno, se esconde detrás de los peones y depende de que la reina lo saque del apuro. Y ahí entra la húngara Judit Polgár, que no se limitó a ser reina, sino emperatriz del tablero, la niña prodigio que aporreó sin piedad a los grandes maestros de su tiempo… También la georgiana Nona Gaprindashvili, quien en los años sesenta demostró que la inteligencia no entiende de géneros ni de cortinas de hierro. Mujeres que demostraron que la agudeza mental no es patrimonio exclusivo de varones.
Celebren el ajedrez si quieren. Pero no olviden que, al final, lo más importante no es ganar, ni dar jaque, ni mover primero. Lo importante (como en el ajedrez y en la vida) es no quedarse quieto, y saber cuándo conviene sacrificar una ficha para salvar lo que importa.

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