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Aprovechando mi tiempo de andar sin rumbo, pasé a visitar a mi hermana, que siempre se ha comportado como mi madre y a su marido, Pablo, que siempre me divertía mucho. Me pareció una buena oportunidad para ver cuánto habían cambiado ellos y de medir cuánto había cambiado yo.
Mi hermana seguía en su papel de comandante general del hogar y regía con puño de hierro la vida de Pablo y de sus dos gemelos idénticos. Aparte de esto, la encontré muy preocupada por mi cuñado y su nueva pasión.
Aquella tarde, Pablo me permitió entrar a su “templo”: un enorme espacio cerrado en el que había construido una red ferroviaria en miniatura. Me sorprendió el diseño de las líneas y los detalles de paisajes, vías, locomotoras, vagones y personas. Reparé en que algo así lleva años en hacerse realidad. Pablo se emocionaba contándome cómo se le había ocurrido la idea y cómo, después de montar su primera línea con un modelo de locomotora de finales del XIX, comprendió que aquello era más que un pasatiempo y convirtió su bunker en un mundo a escala.
Así fue añadiendo líneas, aumentando estaciones, pintando pasajeros, jefes de estación, mascotas o cargadores que completaban su creación. Nadie sino él, y excepcionalmente yo, tenía acceso a este mundo y eso era lo que más le preocupaba a mi hermana, pero lo que más disfrutaba Pablo.
En un cierto momento, Pablo me sorprendió poniendo a funcionar todas sus locomotoras desde un panel de control avanzadísimo que contrastaba con su viejo gorro de maquinista y sus anticuados guantes. Para completar la escena, Pablo puso a todo volumen la “Cabalgata de las Walkirias” de Wagner y con ese ritmo triunfal hacía avanzar, frenar o cruzarse a sus criaturas mecánicas. Pablo se convertía en el Zeus de un Universo en miniatura que dominaba por completo.
Sé que parecerá tonto, pero vi como el poder iba embriagando a mi cuñado que no solo se distanciaba así de mi hermana y de sus problemáticos gemelos, sino que lo ubicaba en la inalcanzable punta de una pirámide.
Le pregunté si nunca había accidentes en su mundo y, mientras clausuraba con doble llave el cuarto, me hacía ver que, en ese caso no pasaba nada, nadie se moría, solo se recogían las piezas, se reemplazaban las dañadas y todo volvía a comenzar.
Pensé que en el mundo había muchos peligrosos Pablos ebrios de poder que jugaban con gente a la que no se puede reemplazar.

Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com