
Rua do Barredo, Porto
Fuente: https://portosecreto.co/
No sé quién decidió ponerlas donde están, ni de dónde sacaron sus nombres. Lo cierto es que el mundo entero está lleno de calles, y la mayoría cargadas de historias. Nosotros las recorremos a pie, en carro o autobús, sin reparar en que ese laberinto urbano es obra de alguien que alguna vez las pensó así.
Lo curioso es que son de todos y de nadie a la vez. Entramos en ellas, nos cruzamos con desconocidos que tal vez no volvamos a ver.
Al llegar a ciudad nueva, aprender sus calles es la primera tarea: ubicarlas, nombrarlas, recordarlas. Hay ciudades ordenadas, donde parece fácil orientarse, pero sin memoria nada sirve. Y si al hablar con alguien descubrimos que compartimos un lugar, basta un “¿te acuerdas?” para instalar una confianza distinta.
Yo nunca he sido buena para orientarme ni para memorizar. Si alguien quiere desarmar mi razón, basta decirme que aquello queda a tantos metros, siempre en sentido sur, yo que nunca sé ni por dónde es que sale el sol ni sé medir metros.
En Caracas recuerdo las calles que más frecuentaba, pero como hace tiempo que no voy no sé cómo me sentiría para llegar a una dirección, por ejemplo. Después me mudé a São Paulo y el reto fue enorme: una ciudad inmensa, casi inabarcable, donde ni los taxistas la conocen completa. Aprendí lo básico, pero cuando volví el año pasado me di cuenta de que mi memoria ya tartamudeaba.
Ahora vivo en Porto, pequeñita en comparación, y es quizá la que más he caminado. Aquí muchas calles no tienen nombre fácil de encontrar, así que me fijo en sus líneas de expresión. Las del centro, hechas de piedra, muestran las arrugas profundas del desgaste del tiempo. Las de piedra portuguesa, colocadas una a una, son preciosas pero traicioneras: cuando llueve, las blancas se vuelven resbaladizas.
Caminar por ellas da espacio para que la mente divague, libre de pendientes y siempre admirada de lo bonitas que son. Sin querer, me pongo a jugar con el día en que por aquí pasó el rey. ¿Cuál rey? Es lo de menos. Con tantos que ha habido alguno seguro pasó por aquí. O alguien que después se hizo famoso, o un talabartero medieval que vio con sus ojos lo que ahora ven los míos quién sabe…
Ahora, lo que sí es universal: basta dejar de transitarlas un tiempo para que, al volver, nada sea igual. Donde había casas, aparece un edificio, o donde había una tienda ahora abrieron otra. Es que son de todos, pero no pertenecen a nadie. No hay quien me convenza de lo contrario.
