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Comencé el mes de agosto recordando las canciones de mi infancia.
Un singular placer, sobre todo por haber estado acompañada de un cuatro y una guitarra ejecutada por virtuosos.
Aclaro que las piezas musicales que escuchaba de niña, no se parecen en nada a las que les canto a mis nietos hoy en día; esa del periquito que estaba tocando violín en el botiquín, o aquel patito color de café.
El repertorio de mis primeros años de vida incluía a Carlos Gardel, Pedro Vargas, el Trío Los Panchos, Agustín Lara, por nombrar algunos.
Eran las canciones que ponía mi papá en su elegante Oldsmobile verde, cada fin de semana cuando íbamos a la playa, mientras mi mamá suspiraba, diciendo, “Joffre ¿y esas canciones no tienen fecha de expiración?”
Desde “El día que me quieras”, pasando “Por una Cabeza”, hasta “María Bonita” y la “Noche de Ronda”.
Cada vez que las canto, me posee una especie de magia menor.
Me transporto, me transfiguro, las palabras surgen de rincones olvidados de mi memoria sutil, cierro los ojos y siento la música en cada fibra de mi cuerpo.
Todo lo anterior, para la vergüenza de mi hija, muy parecida a su pragmática abuela, que me dice, “mamá, ¡contrólate!” (jaja)
En fin, agradezco a estos maravillosos amigos que nos visitan de Venezuela (los tengo amenazados con que les decomisaré el pasaporte) por haber traído la música y los recuerdos a mi casa.
Antes de que terminen su visita, les tengo una petición muy especial.
Que me acompañen con la guitarra un bolero que bailamos mi esposo y yo, el 6 de agosto de 2013, día en que nos mudamos a nuestra casa llena de amaneceres, donde todavía disfruto a diario de esa gloriosa luz.
En este nuevo aniversario, como cada año, voy a recordar aquella de “Yo tengo ya la casita, que tanto te prometí…” cantada por esa otra leyenda, Daniel Santos.
Les dejo el link para que quienes la conocen la disfruten, mientras yo derramo lágrimas dulces de nostalgia y agradecimiento.
