
Fuente: https://www.access-ed.ngo/
En la vida de todo ser humano, existen momentos en los que las certezas tambalean y las fuerzas parecen diluirse. Puede tratarse de una pérdida, una ruptura, una enfermedad, el desempleo, o incluso una acumulación silenciosa de pequeñas derrotas cotidianas. En esos períodos, más que soluciones inmediatas, lo que solemos necesitar con urgencia es contención: alguien que escuche sin juzgar, que permanezca, que sostenga en silencio o con palabras sencillas. Eso es el apoyo emocional.
El apoyo emocional no requiere títulos ni fórmulas, pero sí una disposición honesta a la empatía. Escuchar verdaderamente a otro, sin interrumpirlo con consejos prematuros o interpretaciones, es una de las formas más profundas de acompañamiento. En una cultura que valora la productividad y la resolución rápida de los conflictos, detenerse para estar presente con otro ser humano en su dolor puede parecer un gesto menor. Pero no lo es. Es, en muchos casos, el primer paso hacia la sanación.
Ofrecer apoyo emocional no significa cargar con los problemas del otro, sino más bien recordarle que no está solo. A veces basta una mirada que transmite comprensión, un mensaje inesperado, una frase sencilla como: “Estoy aquí si me necesitas”. Estas señales fortalecen el sentido de pertenencia y autoestima, y actúan como un bálsamo contra el aislamiento emocional que tanto daña.
Recibir apoyo también es un arte. Implica permitirse la vulnerabilidad, renunciar a la autoexigencia de tener todo bajo control, y confiar en que merecemos ser sostenidos. En muchas personas, sobre todo en aquellas acostumbradas a cuidar de otros, esta apertura puede resultar difícil. Pero reconocer nuestras propias necesidades afectivas es parte de una madurez emocional que nos humaniza.
En un mundo cada vez más interconectado y, paradójicamente, más solitario, fomentar espacios de escucha auténtica es una forma de resistencia afectiva. El apoyo emocional no cura mágicamente, pero alivia, calma, y muchas veces, salva. En el fondo, todos llevamos dentro una capacidad inmensa de consolar y de ser consolados. Solo hace falta ejercitarla.

Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
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