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Si uno coloca con mucho cuidado una aguja en un recipiente de agua, puede lograr que esta flote gracias a la tensión superficial. Es algo así como lo que sucede con ciertas personas en el mundo del arte, la música o la literatura. Sobresalen o son conocidas gracias al empuje que les brinda algún padrino, que lo aúpa y lo apoya.
¿Por qué lo hacen? No se sabe si por procurarle un bien a aquel o por no hacérselo a nadie más. Cierto es que, cuando se trata de ayudar a otro, la mayoría lo hará con sus conocidos, del mismo modo que de niños, en la cancha de fútbol o de básquet, llamábamos a nuestros amigos para formar parte del equipo y dejábamos por fuera al que nos caía mal, así supiera jugar más.
Gracias a esto, el aguja puede ser reconocido y ganar dinero, porque a veces en esas cosas los que tienen medios de fortuna reparten cantidades, para que se piense que son generosos o que aman el arte, o para reducir impuestos. Pero a estos que tienen capital les da igual a quién se apoya, porque no saben de arte y porque para ellos regalar cien mil es el equivalente de la millonésima parte de su haber.
El aguja, no obstante, es como aquel tornillo ateo del que habla Guillermo Samperio: cree que se enroscó a sí mismo. Por lo tanto, se pavonea pensando que es genial; no sabe que está allí solo por accidente, ni sabe que se hundirá, cuando un pequeño movimiento agite el agua del envase donde sobrenada malamente.
Por el contrario, hay quien es como un corcho. El corcho flota por naturaleza; tiene ese talento. Y lo hará, a menos que haya una fuerza que se lo impida. Esta fuerza, se ha visto, puede ser ejercida, por ejemplo, por una mano oscura que no quiere que aquel flote, vaya usted a saber por cuáles razones, aunque se sospechan.
Lo bueno es que, con el tiempo, también desaparecerá tal fuerza y el corcho saldrá a la superficie, mostrando todas sus propiedades, mientras la aguja se hundirá, irremisiblemente, como ya quedó bien dicho.
En nuestro contexto esto quiere decir que un día brillará el que tiene talento, seguirán leyéndolo o lo leerán más, se conocerá su obra, se escuchará su música; y el que no, ni modo: será como el polvo en el viento del que habla una canción. O quedará en un fondo oscuro, sin brillo, oxidándose.
Tal vez le sonará extraño, pero a menudo le he pedido a Dios en mis oraciones: “Señor, ayúdame a ser un buen corcho… si es que tengo algún talento”. Amén.

valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
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Foto Geczain Tovar