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En un rincón apacible de Sicilia, junto al mar Tirreno, el tiempo parecía discurrir lento y sin sobresaltos aquel enero de 2004, hasta que empezaron a suceder eventos insólitos e inesperados…
Sin previo aviso, los electrodomésticos del pueblo costero de Canneto di Caronia comenzaron a arder. Lavadoras en llamas, televisores que chispeaban sin estar enchufados, colchones humeantes, enchufes incandescentes. No uno. Decenas. Algunos frente a testigos. Otros cuando nadie miraba. El pueblo entró en pánico. Muchos se mudaron donde familiares que vivían en las afueras.
Los expertos llegaron: bomberos, ingenieros, físicos, hasta curas y ufólogos.
Cortaron la electricidad. El fuego siguió.
Se habló de radiaciones electromagnéticas, de microondas militares, de pruebas secretas de armas, de portales dimensionales y hasta de demonios sicilianos.
Un sacerdote roció las casas con agua bendita. Tampoco funcionó.
Un informe del Consejo Nacional de Investigaciones llegó a sugerir «fenómenos de naturaleza no local», algo digno de los X-Files.
Pero con el tiempo, poco a poco los incendios se apagaron.
En 2008 Canneto regresó a la normalidad… O eso creyeron sus habitantes.
En 2014 volvieron. Esta vez más discretos, pero igual de inquietantes.
La policía mantuvo una secreta pero firme vigilancia en el pueblo, hasta que en 2015 las autoridades arrestaron a Giuseppe Pezzino, un joven de 26 años, filmado por cámaras ocultas provocando fuegos. Él y su padre eran los causantes, por rencillas entre vecinos.
Por fin, ¡caso cerrado!
Conveniente, ¿no?
Hoy, incluso con las pruebas, hay quienes juran que no todo se explica con un encendedor y un plan torpe. Que hubo incendios que no pudieron ser replicados. Que era imposible que estas personas provocaran siniestros simultáneos en varias casas distantes unas de otras. Que aún hoy, en Canneto, algunos aparatos parpadean sin razón.
Sicilia tiene memoria larga… y hay fuegos, a veces, que no quieren extinguirse.

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