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Soledad Morillo

Italianos en Venezuela,<br/> por Soledad Morillo Belloso
Soledad Morillo, 224c

Italianos en Venezuela,
por Soledad Morillo Belloso

¡Ah, los italianos! Llegaron con recetas en el bolsillo, fotos de la nonna y una terquedad que ni el calor de La Guaira derritió. No vinieron a probar suerte: vinieron a quedarse, como quien planta albahaca y dice “Aquí me quedo”. Trajeron comida con alma: espagueti con cuentos, pizza que se volvió criolla, pan que huele a domingo y quesos que aquí mezclamos con guayaba y casabe. Porque en Venezuela todo se fusiona, todo se vuelve fiesta. Pero no solo trajeron sabores. Trajeron oficio: manos que sabían hacer zapatos, mosaicos, muebles. Fundaron negocios con nombres de novela: “La Bella Napoli”, “Pastelería Sicilia”. Y sus hijos, ya diciendo “chévere” con acento ítalo-criollo, siguen el legado. Porque el italiano sin proyecto no existe: si no construye, sueña con construir. ...
Españoles en Venezuela,<br/> por Soledad Morillo Belloso
223d, Soledad Morillo

Españoles en Venezuela,
por Soledad Morillo Belloso

 Ah, los españoles… Cuando a mediados del siglo XX  llegaron a Venezuela, no solo trajeron maletas con santos envueltos en periódico y fotos de abuelos serios. Trajeron una forma de estar en el mundo: hablar con zetas, regañar con cariño, cocinar con abundancia y contar historias que cruzan Galicia, Oviedo, Barcelona y terminan en Ciudad Bolívar.Los gallegos montaron panaderías donde el pan sobado se volvió religión. Los asturianos trajeron gaitas, fabada y jolgorio con papelón. Los catalanes, precisión y pastelerías donde el brazo gitano se hizo primo del quesillo. Y todos, refranes que mezclamos con los nuestros: “Más vale arepa en mano que jamón ibérico en vitrina”.Montaron negocios con nombres picarescos: “Ferretería El Gallego”, “Panadería La Ibérica y algo más”, donde se vendía de to...
Portugueses en Venezuela,<br/> por Soledad Morillo Belloso
Soledad Morillo, 222c

Portugueses en Venezuela,
por Soledad Morillo Belloso

¡Ah, los portugueses! Llegaron a Venezuela con saudade en el alma y pan en la maleta. Venían de Madeira, de aldeas donde el mar es vecino y el trabajo, ritual. Venían de Oporto y de Lisboa, con el fado y el amor metidos en los bolsillos Aquí se metieron en todo: ferreterías, abastos, floristerías, construcción… y panaderías que huelen a gloria. Porque si algo trajeron fue el pan: campesino, de leche, crujiente como chisme de vecina. Y el golfiao con queso e’ mano, que consuela el alma.También trajeron el bacalao, ese ladrillo que se transforma en manjar con papas, cebolla y aceite de oliva. Y el espiritual, que no es místico, pero sí sabroso. Nos enseñaron que el café se sirve fuerte, oscuro y con sonrisa. Y que un pastelito de nata puede ser abrazo.Los “Portus” —João, Tiago, Martim— se vo...
Piel de sombra,<br/> por Soledad Morillo Belloso
215b, Soledad Morillo

Piel de sombra,
por Soledad Morillo Belloso

Las nubes grises también forman parte del paisaje, como los silencios que no interrumpen, que acompañan. A veces no están en el cielo, sino en mi pecho. Se instalan sin permiso, suaves como una manta, persistentes como el recuerdo de lo no dicho. No predestinan tormenta, anuncian pausa. Aprendí a dejarlas llegar sin resistencia. Hay días en que no busco despejarme, sino quedarme debajo de ellas, sentir su peso sin traducirlo. En ese gris hay honestidad: no exige explicación. En ese cielo opaco hay tregua, una forma de estar sin justificarme. Mi cuerpo también tiene paisajes, y no todos son claros. A veces mi alma se nubla, por necesidad de recogimiento. En ese permanecer bajo un cielo incierto, descubro la ternura de lo que no brilla. La rendija está ahí, aunque cueste verla. A ve...
Camino,<br/> por Soledad Morillo Belloso
214d, Soledad Morillo

Camino,
por Soledad Morillo Belloso

Caminar es dejarse tocar por el mundo. La planta del pie, desnuda en su roce, percibe el pulso de la tierra como tambor antiguo. Cada paso me despeina por dentro: surge una memoria escondida en la textura del aire, en el perfume del suelo. No busco llegar; solo esa tregua breve donde el tiempo se repliega y puedo oírme sin estridencias. Los caminos no me guían, me despojan. Me desprendo de lo rígido, del eje fijo. En el balanceo de los pasos, algo se acomoda en el pecho. Caminar es rendija por donde se asoma entre costillas la duda o la revelación. A veces camino para escapar del muro invisible que separa el deseo de la posibilidad. Otras, para sentir el viento como lenguaje, y entender que el cuerpo también piensa: el sudor es confesión, la respiración es lindero, el tambor cardíaco...
El día siguiente,<br/> por Soledad Morillo Belloso
213c, Soledad Morillo

El día siguiente,
por Soledad Morillo Belloso

 No empieza. Se desliza. Como un animal que se mueve lento en la espesura, un cuerpo tibio que aún guarda el olor de la noche anterior. En su pelaje lleva restos de sueños, una rendija por donde se coló el insomnio, un susurro que nadie respondió, pero que insistió en quedarse.Lo que no dijimos se convierte en bruma, y lo que callamos —por miedo, por pudor, por no saber cómo— se cuela por las roturas del día como lluvia fina, persistente. Y lo no hecho —ese temblor que no encuentra destino— se acumula bajo la lengua, como polvo detrás de la puerta, como sombra que nos sigue sin nombre.El día no despierta en blanco. Viene cosido desde adentro, con puntadas invisibles hechas en otra parte, con otra aguja, con otro hilo. Caminamos su superficie creyendo que es nueva, pero cada paso ya estaba ...
Cuerpo y paisaje,<br/> por Soledad Morillo Belloso
212c, Soledad Morillo

Cuerpo y paisaje,
por Soledad Morillo Belloso

Mis pies aprenden el ritmo del suelo. La arcilla se curva bajo mis pasos como si reconociera la forma de mi espera. Cada grano me canta su historia, susurrando en la planta de mis pies: “todo lo que tocas te transforma”. El viento moja mi espalda como si fuera savia, no aire. Y en cada poro se recoge un suspiro que no me pertenece, pero me habita. Avanza lento, como si leyera mis líneas, como si supiera dónde guardar calor sin quemar. Las manos, lentas, rozan el tronco rugoso de un árbol. Se hunden en grietas como en memorias, como si la corteza llevara secretos que solo la piel descifra. Un estremecimiento, y los dedos se vuelven raíz. Ya no tocan, germinan. La luz de la tarde cae sobre mis hombros, y el calor no arde, acaricia. La sombra de una nube cruza mi pecho sin pedir perm...
Risas,<br/> por Soledad Morillo Belloso
211c, Soledad Morillo

Risas,
por Soledad Morillo Belloso

No huye ni resguarda, no adorna ni disimula. Surge, como un aliento que apenas roza el aire… y se desvanece. En un mundo que exige significado a todo, tal vez lo más honesto sea reír sin decir nada. Una risa que no responde al dolor ni se anticipa al miedo. Una risa que simplemente es transparente, intacta, sin intención de trascender. Hay risas que brotan como indicio de una hondura oculta, una flor breve que se abre en los labios y se apaga antes de pronunciarse. No explican, no sostienen, no rescatan. Solo aparecen. Y en su aparición, hipnotizan. Y otras veces, una risa es eso y nada más: el impulso muscular de un instante, una nota suelta que no pertenece a ninguna melodía. Sin fondo. Sin mensaje. Sin el deseo de volverse metáfora. Una risa que no pide permiso para ser ligera....
¿Por qué escribo?<br/> por Soledad Morillo Belloso
209d, Soledad Morillo

¿Por qué escribo?
por Soledad Morillo Belloso

Escribo porque el silencio se llena de preguntas, porque las palabras son la única forma de sostener lo que escapa, porque la vida, sin relato, se disuelve como arena en el viento.Escribo para no perderme, para dejar un rastro en la piel del tiempo,para nombrar lo que duele, lo que arde, lo que sana. Las palabras no son solo tinta en papel, son un grito que atraviesa el vacío, una mano extendida en la noche más oscura.Escribo porque el olvido acecha en cada esquina, porque el mundo cambia demasiado rápido y quiero atrapar un instante antes de que desaparezca.Escribo porque el dolor necesita forma, porque la alegría quiere ser compartida, porque el amor merece ser pronunciado. Porque en cada letra hay un latido, en cada frase un eco, en cada historia un pedazo de lo que fui, de lo que ...
Domingos sin ti,<br/> por Soledad Morillo Belloso
207c, Soledad Morillo

Domingos sin ti,
por Soledad Morillo Belloso

El sol entra perezoso por la ventana; su luz no llena el vacío que dejaste. El café parece preguntarme si hoy también voy a extrañarte. Los domingos tenían tu risa, tus manos que hacían magia con lo cotidiano. Ahora solo hay el eco de esos momentos. Los domingos eran un ritual. El sol que entraba tímido por la ventana, el aroma del café recién hecho impregnando la casa, la certeza de tu risa llenando los espacios vacíos. Ahora, sin ti, todo es distinto. El día se despierta con pereza, como si supiera que ya no tiene propósito. La luz es apenas un reflejo de su antigua calidez. La brisa que rozaba nuestras pieles ahora solo arrastra el eco de tu ausencia. El silencio pesa, se acomoda en cada rincón. Ya no hay melodías espontáneas ni conversaciones tontas y sin prisa. Solo queda ...
El simplismo,<br/> por Soledad Morillo Belloso
205c, Soledad Morillo

El simplismo,
por Soledad Morillo Belloso

La mente humana, en su infinita capacidad de asombro y análisis, enfrenta una amenaza insidiosa: el simplismo. No es solo un modo de pensar, es una tentación, un atajo mental que promete claridad a costa de profundidad. El simplismo convierte el pensamiento en fórmulas. Nos seduce con respuestas fáciles, con certezas que no admiten matices. Nos dice que la historia se divide en buenos y malos, que los problemas tienen soluciones obvias, que la vida cabe en una consigna. Es cómodo, sí. Pero el mundo no es cómodo. Es complejo, caótico, contradictorio. Pensar exige valentía. Obliga a aceptar la incertidumbre, a convivir con la duda, a reconocer que muchas preguntas no tienen respuestas únicas. A veces nos deja sin terreno firme, sin convicciones absolutas. Pero también nos hace libres....
Orejas de Pascua, por Soledad Morillo Belloso
200a, Soledad Morillo

Orejas de Pascua, por Soledad Morillo Belloso

La Pascua, con su carga simbólica y su alegría festiva, es un tiempo para reflexionar y celebrar. Sin embargo, entre los ritos religiosos y las tradiciones familiares, aparece un personaje que parece salido de un cuento infantil: el conejo de Pascua. La pregunta surge inevitablemente: ¿qué tiene que ver un conejo, un animal peludo y saltarín, con una festividad profundamente religiosa?Para entender esta conexión, debemos remontarnos al origen de la Pascua y a las tradiciones paganas que se entrelazaron con la celebración cristiana. En la antigüedad, los pueblos germánicos y anglosajones veneraban a Eostre, la diosa de la primavera y la fertilidad. El conejo, por su capacidad para reproducirse rápidamente, era uno de los símbolos asociados a esta diosa. Con el tiempo, la figura del conejo ...