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José Manuel Peláez

El arte de parecer, por José Manuel Peláez
49a, José Manuel Peláez

El arte de parecer, por José Manuel Peláez

  “Ser es un riesgo… parecer es un arte” me repite innumerables veces Manolo, ese amigo filósofo que todos tenemos y que nos acompaña como aquellos portadores de la corona de laurel que, al lado de los héroes a su entrada triunfal en Roma, le musitaban al oído lo baladí de la gloria y lo conveniente de guardarse la soberbia en el bolsillo de atrás. No importa el tema del que estemos hablando, tarde o temprano Manolo aterriza en su insistente alarma ante un mundo que ha elegido el “parecer” por encima del “ser”. Yo le comprendo y simpatizo con él, pero no logro angustiarme con la intensidad que él espera. Seguramente yo he decidido dar otras batallas y Manolo sigue empeñado en una que yo di por perdida. Sé que vivimos una época en la que las apariencias han sustituido a la verdad. No ...
Inquietante papiroflexia , por José Manuel Peláez
42a, José Manuel Peláez

Inquietante papiroflexia , por José Manuel Peláez

La primera vez que la vi debía tener unos quince años y, aparte de la fresca belleza de la edad, nada era en ella tan llamativo como su sonrisa. Sonreía con la superioridad tranquila de un gato. No solo me sonreía a mí, no se trata de que yo me sintiera halagado por su atención, sonreía a todos mientras doblaba y encajaba los dobleces de un papel amarillo por una cara y rojo por la otra hasta conseguir un cisne polícromo que añadía a su zoo inanimado.Sus padres estaban preocupados por ella y pensaron que yo les podía ayudar a resolver el misterio de lo que le ocurría. Nada le interesaba, ni los estudios, ni las noticias, ni las modas, ni los amigos, sólo quería seguir jugando su juego. Tampoco era una rebelde, al contrario, siempre parecía estar serena y cumplía los encargos que le daban c...
Largo, solitario y final – José Manuel Peláez
31a, José Manuel Peláez

Largo, solitario y final – José Manuel Peláez

No podía decirse que fuera un fanático del fútbol ni mucho menos que entendiera una sola palabra de la jerga: “cuatro, cuatro, dos” o “cuatro, tres, tres” o “arrastrar la marca” o “ganarle las espaldas al rival” todo eso era para él como las notas escritas en un pentagrama, un lenguaje oculto.Cada cuatro años, eso sí, se dejaba arrastrar por la marea de los mundiales como una peregrinación a algún lapso sagrado donde sólo se hablaría de selecciones, entrenadores y jugadores, mientras se gritaban expresiones apasionadas contra todos los familiares del imbécil que falló un penalti. Nada más que eso.Se definía del Real Madrid quizás por haber nacido en esa ciudad o porque “Real” le sonaba mejor que “Atlético” o porque el uniforme blanco le parecía más elegante que el de rayas rojas. No había ...