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José Manuel Peláez

El diablo y la botella, por  José Manuel Peláez
175a, José Manuel Peláez

El diablo y la botella, por José Manuel Peláez

Entré al café favorito de Manolo, tropecé con el camarero sin pedirle excusas y derramé el café de mi amigo al sentarme en su mesa.─ ¡Te juro que mataría a alguien! ─ expresé con una vehemencia que poco alteró al calmado Manolo, ocupado en mirarme en silente reclamo ─. Bueno, Manolo ¡es una forma de decirlo… una metáfora! ─ traté de explicarme. Pero Manolo seguía mirándome con su mejor cara de border collie al acecho del próximo movimiento de la oveja.La oveja, o sea yo, le conté que fui a hacer un trámite, me coloqué al final de una larga fila que desembocaba en INFORMACIÓN GENERAL, donde un funcionario me dirigió de inmediato a la taquilla 14. Allí me aguardaba, amorosa, una fila aún más larga y que me enfrentó a un nuevo funcionario quien me redirigió a la taquilla 17 porque allí atendí...
¡Viene la ola!,<br/> por José Manuel Peláez
174b, José Manuel Peláez

¡Viene la ola!,
por José Manuel Peláez

En estos tiempos, los desastres naturales nos acostumbran a calles inundadas, casas sumergidas y alarmas de tornados o tsunamis. Hace pocos días vi cómo se alertaba a una población para que huyeran si no querían morir.  Me pregunté entonces qué haría yo en una circunstancia parecida: saldría corriendo o prepararía una maleta con un kit de supervivencia, mis objetos más preciados o mis recuerdos más queridos. ¿Cómo cabe una vida en una maleta? ¿cómo nos retrata lo que quisiéramos llevar en ella?Confronté a Manolo con mis dudas: “¿qué llevarías en la maleta, Manolo?"─ ¿Por dónde viene la ola? ─ Otra vez el Manolín estaba tratando de no revelar mucho de sí mismo ─.  Supongamos que tengo que salir huyendo de un tsunami. Si la alarma me dice que tengo tiempo, puedo pensar en hacer una maleta y ...
El mentalista,<br/> por José Manuel Peláez
173b, José Manuel Peláez

El mentalista,
por José Manuel Peláez

Para ayudar a Manolo a pasar el “bajón” que le produjo el suceso de Violeta, insistí en que me acompañara al Circo Benito con la total seguridad de que ese era el salvavidas que mi amigo necesitaba. Mis expectativas se cumplieron desde el desfile inicial cuando uno de los ponies se empeñó en no seguir al resto y terminó comiéndose el helado de un niño de la primera fila. De ahí en adelante, la catarata de cosas que no salieron “a la perfección” era imposible de registrar en tiempo real: A un payaso se le cayeron los pantalones y fue evidente que eso no formaba parte del acto porque el pobre hombre no llevaba ropa interior. Los gritos de horror (o de agradable sorpresa, no lo sé) de las madres no superaban las risas de los pequeños. Cuando el mago abrió la caja, su ayudante tenía el vest...
Violetas para Violeta,<br/> por José Manuel Peláez
172c, José Manuel Peláez

Violetas para Violeta,
por José Manuel Peláez

Yo sabía que las supuestas vacaciones de Manolo no eran tales. Hace pocos días me lo encontré en un puesto de libros usados y me confesó la verdad: estaba donde un amigo necesitado de consuelo. Buscando sin buscar entre los lomos de los libros, Manolo me contó cómo su amigo Eduardo sostuvo la cabeza de “Violeta” contra su pecho mientras la luz de su mirada se apagaba y dejaba de darle esa alegría y compañía que son de agradecer en la vida. Como si se tratara de la película previa a su propia muerte, Eduardo vio a “Violeta” – cuando no tenía ese nombre todavía – esquivar los voraces coches. Escuchó los gritos de sus hijos que rogaban por salvarla y evocó cómo, al frenar y abrir la puerta, subió por sí sola una perrita esquelética, sucia y llena de pulgas a la que, incomprensiblemente, ll...
¡Si yo te contara…!, <br/> porJosé Manuel Peláez
171c, José Manuel Peláez

¡Si yo te contara…!,
porJosé Manuel Peláez

Tengo una vecina en el edificio que, desde hace doce años, cada vez que la saludo por cortesía me contesta con la misma frase: “¡Ay, hijo… si yo te contara!”. Generalmente corro con la suerte de que no me cuente nada porque el ascensor llega en ese momento o su gato llorón reclama la presencia de su dueña o recibo una llamada en el móvil o, si no la recibo, hago como si la recibiera. Pero algunos días excepcionales tengo que enfrentar lo que ella está deseando contarme aunque finja que preferiría no hacerlo. Que su marido ya no es el mismo; que a la nieta le robaron el premio de la “Muñequita del año” porque la mamá de la ganadora es “muy generosa” con los organizadores, pero yo no soy así, mi madre nos enseñó a no perder la dignidad. ¿Y qué te parece que mi hija ya no nos visita? ya lo...
Compromiso ineludible,<br/> por José Manuel Peláez
170d, José Manuel Peláez

Compromiso ineludible,
por José Manuel Peláez

La respuesta de Manolo fue un NO contundente porque ese día y a esa hora tenía un compromiso ineludible. El asunto era sospechoso. Manolo se había burlado muchas veces de lo ineludible como excusa y ahora yo le estaba invitando al “Circo Benito”: un circo ambulante que se parece al Cirque du Soleil tanto como un caniche se parece a un perro afgano con pedigree. En el “Circo Benito” al malabarista se le caen los aros y los persigue por toda la pista excusándose con la mirada, el payaso cuenta chistes mas viejos que el león que ya solo puede maullar y el equilibrista siempre se cae del alambre, aunque eso sí, de pie. Resumiendo, es el sitio ideal para Manolo.Sin embargo, él tenía un compromiso ineludible. Averiguar cuál era ese compromiso fue un reto. Mi interrogatorio se prolongó por varios...
El desagravio,<br/> por José Manuel Peláez
169c, José Manuel Peláez

El desagravio,
por José Manuel Peláez

Interpreté la invitación de Manolo como un acto de desagravio por someterme la semana anterior a la tortura de comer un creativo plato de macarrones que su ingenuo sobrino preparó para deslumbrar al mundo de la gastronomía y cuya receta espero que se haya incinerado. La mesa parecía el escenario de un rito iniciático samurai. Minimalista y exquisito. Después de los saludos de rigor y un primer brindis, Manolo colocó en el centro un platón cubierto con tapadera de plata que, con un gesto dramático, levantó para revelar el tesoro. ¡Un Tomate!, solo eso. Aunque la verdad es que, para ser honesto, era un tomate fuera de lo común. Debería pesar cerca de 400 gramos y su brillante rojo apenas estaba manchado por la parda cicatriz del pedúnculo. Manolo comenzó a cortarlo en parejas rodajas c...
¿Descalificar?,<br/> por José Manuel Peláez
168c, José Manuel Peláez

¿Descalificar?,
por José Manuel Peláez

El sobrino de Manolo acababa de participar en el show de “Niños & Fogones” en el que criaturitas muy simpáticas se trasmutan en pequeños Mefistófeles haciendo lo que sea necesario para ganar el “Tenedor Dorado” que los acredita como futuras promesas de la gastronomía. En realidad, la participación del sobrino fue más efímera que una burbuja en el agua hirviendo porque en la segunda ronda fue descalificado. Por supuesto, según la madre del prodigio, había sido todo un complot contra su querubín que ahora había perdido las ganas de vivir. Y allí estábamos Manolo y yo frente a sendos platos de “Macarrones al aroma de hinojo con hojuelas de trufa deshidratada” para que diéramos nuestro veredicto y la madre confirmara su opinión acerca de la injusta descalificación. El niño nos veí...
Una ocasión especial,<br/> por José Manuel Peláez
167b, José Manuel Peláez

Una ocasión especial,
por José Manuel Peláez

     Manolo se presentó con una sonrisa exultante y haló mi brazo para llevarme a celebrar una ocasión muy especial. La comida fue tan exquisita y Manolo se comportó tan amablemente que olvidé preguntar cuál era la razón para tanta alegría y generosidad. Pero Manolo ya tenía preparado el rosario de desgracias cuyo fin estábamos celebrando.Su vecino de al lado tuvo que viajar de emergencia y le pidió que cuidara a su perro Momo por unos días. Momo es una bola inquieta de pelos en la que apenas se distinguen las orejas, los ojos y unas paticas más cortas que amor de adolescente. Mi amigo no es particularmente afecto a las mascotas, pero era la oportunidad de retribuir al vecino muchos favores y aceptó de mala gana, aunque con buena cara.Y ese fue el comienzo de unos días para el olvido.Lo pr...
Allegro ma non troppo,<br/>por José Manuel Peláez
166c, José Manuel Peláez

Allegro ma non troppo,
por José Manuel Peláez

En una popular zarzuela española, uno de los personajes hizo famosa la frase “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad… una barbaridad”. La idea quedó sembrada como la expresión de lo bien y mucho que se vive gracias a la ciencia y sus descubrimientos.No soy yo el que vaya a poner en duda los beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, pero debo reconocer que en el fondo de estas ideas siempre me molestaba un cierto “ruido”, algo parecido a no tomar en cuenta todas sus consecuencias.Cuando Manolo me invitó a su “gimnasio mental” tuve que sobreponerme, primero, a unir en una misma frase las palabras Manolo y gimnasio, pero luego, al llegar comprendí que estaba al borde de una revelación.Algunos compañeros de mi amigo se reúnen todas las semanas con papel y lápiz a resolv...
Anatomía patológica, <br/> por José Manuel Peláez
165d, José Manuel Peláez

Anatomía patológica,
por José Manuel Peláez

En la fotografía aparecía un joven Manolo, al lado de un hombre altísimo de cara adusta que escondía sus manos en los bolsillos de una impecable bata blanca. A pesar de visitar frecuentemente a Manolo, yo nunca me había fijado en esa foto y me interesé en ella.Manolo negó mi hipótesis de que él hubiera querido ser médico: “No soporto ver sangre”, me dijo con un gesto de fatalidad. La explicación era otra.Hacía muchos años una amiga, que Manolo quería convertir en algo más, comenzaba a estudiar Medicina y le pidió acompañarla a su primera clase de Anatomía Patológica, una materia temida por todos, sobre todo por la fama de su eminente profesor.El aula era un anfiteatro expectante en cuyo centro se alzaba un mesón. El profesor entró, se colocó frente a todos y con voz de woofer profundo advi...
Toño y Manolo,<br/> por José Manuel Peláez
164b, José Manuel Peláez

Toño y Manolo,
por José Manuel Peláez

 La primera plana era contundente; aquel hombre había logrado lo nunca visto: “Gracias a él y su visión de futuro las generaciones por venir tenían asegurado un horizonte luminoso y prometedor” declaraba el poco humilde personaje sobre sí mismo. Yo ya estaba harto de leer sobre promesas vagas y poco comprobables y le lancé el periódico a Manolo, quien, con desgano, paseó su mirada por las primeras líneas y después siguió refrescándose con una cerveza tan fría como el corazón de la Bruja malvada del norte y mirando su propio horizonte. ─ ¿Le conoces? ─ pregunté refiriéndome al visionario de turno. ─ No… conocí a Toño, pero a este Antonio no lo conozco. La respuesta era provocadora y, por supuesto, pedí aclaratoria. Toño era el mejor amigo de Manolo en la universidad, juntos estu...