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José Manuel Peláez

Manolo y Dalila,<br/> por José Manuel Peláez
200d, José Manuel Peláez

Manolo y Dalila,
por José Manuel Peláez

Eran los primeros días de un noviembre ventoso cuando Manolo me invitó a su casa a ver una película. Yo supuse que había encontrado algún tesoro fílmico y traté de disimular mi desencanto cuando vi que lo que me esperaba eran más de dos horas de “Sansón y Dalila”, una película de 1949, que ni había visto ni me interesaba, y en la que Cecil B. DeMille recrea la bíblica historia de Sansón contra los filisteos. ─ Me imagino que te preguntas por qué estamos viendo una película que ha envejecido tan mal. Solo enarqué las cejas y abrí la palma de las manos hacia arriba esperando que me lloviera la explicación como el maná y Manolo señaló la pantalla cuando hizo su primera aparición el personaje de Dalila. Reconocí la increíble belleza de Hedy Lamarr, y Manolo me aclaró que en su momento...
Oído absoluto,<br/> por José Manuel Peláez
199c, José Manuel Peláez

Oído absoluto,
por José Manuel Peláez

A la salida de la sala de conciertos, yo no podía dejar de tararear la más que conocida melodía de Fortuna Imperatrix Mundi de Carmina Burana. Yo cabalgaba con los caballeros de Excalibur en busca del Santo Grial, pero, sobre todo, aturdía a Manolo que varias veces me pidió, sin éxito, que cambiara la pista.Mi exaltación continuó en la barra de un bar cercano en el que seguí atormentando a mi amigo explicándole cómo esa música no me permitía callarme. En un momento, me di cuenta de que Manolo ya no me escuchaba y supuse que estaba refugiado en los recovecos de su mente para ignorar mi excesivo entusiasmo. Pero la verdad era otra.Manolo se había acercado disimuladamente a un grupo donde un hombre alto de lentes montados al aire les decía algo a dos muchachas y a un muchacho que lo miraban c...
¿Hay un mañana?, <br/> por José Manuel Peláez
198c, José Manuel Peláez

¿Hay un mañana?,
por José Manuel Peláez

Una llamada en la madrugada suele significar malas noticias, pero a las 14:24 esperas cualquier aviso menos el que te dice que un amigo querido acaba de fallecer. Cuando cerré el teléfono, me sentí montado en el “Ojo de Londres” con la rueda detenida en lo más alto de mi recorrido. No estaba en este mundo; a mis pies, la gente, diminuta y ajena, era indiferente a mi vértigo. Mientas recordaba que, apenas 24 horas antes, había compartido comida, tragos, bromas y recuerdos con K, y trataba de asimilar que eso no se repetiría nunca, no dejaba de preguntarme dónde estaba el mecánico que le devolvería el movimiento a la noria para regresar a un mundo que ya no sería el mismo. Las inevitables urgencias asociadas a poner en orden legal algo tan poco legal como la muerte me distrajeron junto...
¡Shhh… secreto!, <br/> por José Manuel Peláez
197b, José Manuel Peláez

¡Shhh… secreto!,
por José Manuel Peláez

La primavera comenzaba y uno de los placeres que Manolo y yo compartimos es ese errar entre los tenderetes de libros usados que ofrecen la posibilidad de encontrar tesoros literarios ocultos además de hacerte sentir en medio de una cofradía de quienes se vigilan entre sí para que nadie les arrebate la presa oculta debajo de un viejo diccionario croata/español.Y en esa noble cacería andábamos cuando Manolo, convertido en un lebrel atento, vislumbró algo y se lanzó en esa dirección. Cuando estiraba el brazo para alcanzar su trofeo, otra mano, larga y delicada, lo atrapó con la fuerza con que una serpiente atrapa un conejito. Manolo levantó la vista y se encontró de frente con una mujer que no necesitaba ser joven para ser atractiva ni fatal para ser seductora. La mujer y Manolo se miraron po...
Max inolvidable, por José Manuel Peláez
196a, José Manuel Peláez

Max inolvidable, por José Manuel Peláez

Terminaba mi entrevista a Max cuando todo comenzó. Max es la autora de Apocalipsis después, un éxito editorial de ciencia ficción gótica, según ella.  Es una maxi mujer en la que resaltaba lo grande de sus brazos, de sus ojos casi amarillos, de sus anteojos y de su boca de payasa feliz. Se movía como una marioneta gigante y no dejaba de carcajearse por cualquier cosa. La entrevista había discurrido con frescura y yo tenía buen material, pero afuera, una lluvia persistente y agresiva me aconsejaba permanecer seco y caliente en la biblioteca pública conversando. Al llegar la hora de cerrar, Max decidió que me llevaría a mi casa. Tenía su coche enfrente y no le costaba nada hacerlo. Salimos a la acera, no sé de dónde, ella sacó un paraguas de golfista, me ordenó que me quedara a cubierto m...
Mi héroe, por José Manuel Peláez
195b, José Manuel Peláez

Mi héroe, por José Manuel Peláez

El periódico destacaba, a cuatro columnas, el gesto heroico del encargado de un edificio que había salvado de las llamas a cuatro niños atrapados en la cocina de su apartamento. Se resaltaba su valor, el haber colocado la vida de los niños por encima de la suya y se hablaba de reconocimientos, premios, medallas y, por qué no, hasta de un estímulo en metálico que, como buen héroe, el hombre no creía merecer. Puse a Manolo en conocimiento del caso y pensé, en voz alta, que necesitamos más personas así. Manolo asintió levemente con la cabeza al mismo tiempo que se encogía de hombros, lo cual en su caso significa que hay mucho más que decir. ─ ¿No crees en los héroes? ─ pregunté, preparado para combatir su segura negativa a reconocer lo que casi todos reconocemos. ─ Por supuesto que c...
Tempus fugit, por José Manuel Peláez
194b, José Manuel Peláez

Tempus fugit, por José Manuel Peláez

Más de una vez me ha tocado recomponer entuertos de Manolo, quien también se deja llevar por sus demonios como cualquier hijo de vecino, aunque en condiciones normales sea una fuente de serenidad y claridad. En esta oportunidad, me costaba trabajo explicarle a Giovanni lo ocurrido. Giovanni es el dueño de “El cabellero feliz”, (no es un error, es “cabellero”) un local tradicional, sin pretensiones, donde algunos acudimos a cortarnos el pelo. Giovanni no entendía lo ocurrido con Manolo que, en su última visita, fue atendido por un nuevo peluquero porque el de costumbre estaba enfermo y, apenas diez minutos después de iniciar la poda capilar, se levantó, le gritó: “¡Ladrón!” al pobre muchacho, se quitó el paño y se fue refunfuñando. ─ Non c´è nessun ladro qui ─ gritaba ofendido Giovann...
Discriminación,<br/> por José Manuel Peláez
193b, José Manuel Peláez

Discriminación,
por José Manuel Peláez

El calor era una realidad aplastante. Me quedé en la ciudad por asuntos de trabajo mientras muchos de mis compañeros, que habían acumulado vacaciones, disfrutaban en zonas más frías del país. Caminaba despacio, buscando las escasas sombras permitidas al mediodía cuando me topé con Manolo. Estaba parado delante de la vitrina de “HAPPY PUPPY” una tienda de mascotas que ha podido sobrevivir a las ventas por Internet. Desde sus arregladitas jaulas varios cachorros de gatos y perros nos miraban con tristeza.─ Siempre me pregunto si ellos ─ Manolo señaló los animales ─ nos tienen lástima.Con aquel calor yo no estaba dispuesto a entrar en una discusión filosófica, pero al ver que “HAPPY PUPPY” tenía aire acondicionado, obligué a Manolo a entrar. La caricia del aire fresco venía acompañada de maul...
Entre bandas,<br/> por José Manuel Peláez
192c, José Manuel Peláez

Entre bandas,
por José Manuel Peláez

Conozco y comparto con Manolo una firme creencia antibelicista, aunque ambos sepamos que si las guerras nos han acompañado durante milenios es porque lo nuestro es un sueño más que otra cosa. Por eso, la invitación de Manolo para acompañarlo a un desfile de bandas militares me pareció esconder otra intención.─ ¿Vamos a llevar pancartas antiguerras?─ No ─ me respondió de inmediato ─ vamos a disfrutar del espectáculo y a aprender.Y aquí nos tienen a los dos, sentados en la grada derecha repleta de niños viendo cómo desfilan ante nosotros bandas militares de muy diferentes banderas, pero todas empeñadas en convertir la disciplina en un espectáculo: el colorido de los uniformes, el brillo en los bronces, las miradas al frente, la rigurosidad del número de pasos por minuto, el ritmo de las perc...
… y respiren normalmente,<br/> por José Manuel Peláez
191d, José Manuel Peláez

… y respiren normalmente,
por José Manuel Peláez

Fui a recoger a Manolo al aeropuerto. Llegué tarde porque siempre olvido que Manolo viaja sin equipaje y sale rápido. Ya estaba dispuesto a recibir quejas sobre mi impuntualidad. Sin embargo, Manolo me saludó como si nada, y así se mantuvo hasta que en el coche me explicó la razón de su buena cara.Mientras se preparaban para despegar, Manolo decidió poner atención a las instrucciones de la aeromoza como si fuera la primera vez que las escuchaba. Se fue sorprendiendo al contrastar las extremas y confusas circunstancias en las que tendría que ponerse el chaleco salvavidas con la claridad meridiana de las instrucciones para hacerlo: “pase el chaleco por su cabeza, hale la tira A, luego asegure la tira B hasta que queden ajustadas y no infle el chaleco hasta que esté fuera de la nave” – o sea ...
Pasión desenfrenada, por José Manuel Peláez
190a, José Manuel Peláez

Pasión desenfrenada, por José Manuel Peláez

Hace unas semanas, entró a trabajar en mi oficina Misty, una veinteañera pequeña, fibrosa y enérgica dispuesta a demostrarle a todo el mundo que el movimiento perpetuo es posible. Nada de lo que se le encarga le parece difícil ni le molesta; cuando llego a la oficina, ella ya tiene varias horas trabajando y me saluda abrazándome como si yo regresara de un safari y, cuando me voy, me despide con una sonrisa tan fresca como las verduras que se va comiendo al mediodía mientras corretea por los pasillos cumpliendo encargos de la redacción, de la gente de ilustraciones y del departamento de investigación. Verla repartir carpetas, contestar el teléfono y ponerse colirio al mismo tiempo me agota y me intriga por igual. ─ ¿Cómo haces para no cansarte? ─ le pregunté un día. ─ Lo que pasa es q...
Patafísica,<br/> por José Manuel Peláez
189c, José Manuel Peláez

Patafísica,
por José Manuel Peláez

Habían sido casi treinta minutos ininterrumpidos en los que X repasó una tras otra las maldades que un hermano suyo le dedicaba sin que él supiera la verdadera razón de tanto odio. A pesar de mi simpatía hacia el desafortunado, sentí cierto alivio cuando Manolo me rescató porque era tarde. En el camino, reproduje para Manolo la difícil situación de X, aderezándola con mi propia incomprensión acerca de la existencia de personas que disfrutan haciendo daño a otras y también con mi explicación de que seguramente hay razones para que sean así y que quizás habría que comprenderlas. ─ Eso sería como estudiar los componentes del arsénico, comprender científicamente cómo te hacen daño y después tomarte tres cucharadas ─ me cortó Manolo con una compasiva sonrisa ─. Comprender a las personas n...