Es de agradecer, por José Manuel Peláez
Venía caminando sin prestar mucha atención y casi no tuve tiempo de reconocerle cuando se abalanzó sobre mí y me abrazó con tal efusión que la vergüenza casi me mata porque todos a nuestro alrededor, no sé si por envidia o por complicidad, se estarían preguntando la razón para tanto regocijo.
Hacía tres años, Emanuel (con E al principio) estaba en una disyuntiva entre quedarse en su país o viajar a otro muy lejano y distinto al suyo donde tendría que empezar desde cero. En aquellos momentos éramos compañeros de trabajo y viéndolo debatirse en un remolino de dudas que se lo tragaba, le invité a unos tragos y, con una asertividad que nunca utilizo para mí mismo, le miré muy serio y le dije que debía irse. Irse, sin más, sin pensar demasiado, sin mirar atrás, simplemente dar el paso al fre...