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José Alejandro Moreno Guevara

Yubeiza, por Alejandro Moreno
63c, José Alejandro Moreno Guevara

Yubeiza, por Alejandro Moreno

Yubeiza, la hija de Nury, es la única de las Cervantes que ha ido a la universidad, y eso ha sido motivo de orgullo, desde que Yubeiza se inscribió en el tecnológico doctor Luis Miguel Enríquez Correa de San Francisquito. Y además obtuvo su título de TSU en Recursos humanos. Yubeiza ahora "no ejerce". Su vida nada tiene que ver con nóminas y seguro social.Buenos Aires es una ciudad inmensa y Yubeiza, la hija de Nury, como a ella le gusta que la llamen, lidia cada mañana con varios kilos de hojaldre. Golpea aquella masa con la tenacidad de las Cervantes. No lo hace con rabia, pero tampoco con alegría. Sueña con el café con pan de Nury.del mismo autor Quiero patrocinar
La última noche del Santa Carmelina, por Alejandro Moreno
59c, José Alejandro Moreno Guevara

La última noche del Santa Carmelina, por Alejandro Moreno

 El Santa Carmelina no había surcado el mar tan serenamente como aquella noche. Juan Aníbal Sayago, su capitán, no hubiera querido que su barco se volviera un nido de astillas, aceite y sangre, pero así son las cosas del mar.El capitán Sayago, con un vaso de ron en su mano, y haciendo honor a uno de los lugares comunes de la vida en el mar, predicaba en la cubierta del barco. Se deshacían en la brisa marina las palabras de su discurso. Nadie sabía exactamente quien había asesinado a aquel hombre. Un cadáver en alta mar, y eso todo el mundo lo sabe, hace que el barco se ponga muy pesado. En el mar todo suele ser más lento y doloroso.El cadáver de Trino Bilbao y era feo decirlo, tenía un rictus que uno podía decir que era hasta ridículo. Como si su última mueca antes de morir hubiera sido la...
Maximino y Yasmira, por Alejandro Moreno
57b, José Alejandro Moreno Guevara

Maximino y Yasmira, por Alejandro Moreno

Maximino y Yasmira han vivido juntos por casi cincuenta años. No están exactamente casados, no son exactamente amigos. Días de dulce complicidad, días de seca distancia son la rutina de ambos.Maximino y Yasmira suelen pelear bajito, como quien remienda estrellas rotas. La verdad sea dicha que ambos son tan livianitos, que no hay manera que, quienes los conocen se sientan tensos con ellos. Pese a eso son de pocos amigos.Un día murió Yasmira. Una de esas tristezas largas y ya Yasmira no estaba. Maximino hizo una misa como es costumbre de los mayores. Cuando regresó de la misa sacó su viejo saxofón y tocó unos compases de Conticinio. A pesar del tiempo los dedos y el corazón de Maximino se acordaban de la música.Entonces Maximino fue a la nevera y sacó dos cervezas, y por primera vez en su vi...
La decisión de Chúa, por Alejandro Moreno
49a, José Alejandro Moreno Guevara

La decisión de Chúa, por Alejandro Moreno

Había que ver lo enamorados que estaban Guevarita y Chúa. La gente decía que era un amor como el de las películas. Y la verdad es que eso muy pocas veces suele ser una ventaja. Guevarita y Chúa no habían hecho el amor nunca.Sin embargo ambos se deseaban con locura. Era como se decía en los libros románticos: "un fuego abrasador los consumía" . Sólo se veían un rato los viernes en la noche y otro ratico el domingo en la mañana. Y ese tiempo era suficiente para ellos. Nadie los había visto siquiera tomarse de la mano y mucho menos darse un beso.Una noche de lluvia Guevarita desapareció, nadie lo vio más. Obviamente no era la primera vez que un hombre desaparecía de la vida de una mujer. Chúa se quedó quieta, no lloró ni lo buscó. Sabía que la vida sIgue. Una noche su nieta Adelaida le dijo: ...
El dueño de las estrellas – Alejandro Moreno
26b, José Alejandro Moreno Guevara

El dueño de las estrellas – Alejandro Moreno

Habían sido dos noches enteras sin poder dormir. Cobró sus reales y siguió su camino. Sigue pensando que su insomnio es algo dulce que no le pesa. Más bien le da miedo sentirse tan vivaz a pesar de que el último mes probablemente sólo ha dormido completo dos noches. Llega a su casa y vuelve a revisar en Google los efectos del insomnio prolongado. Vuelve a sentir miedo. Nada de eso, que ha visto tanto en los videos de YouTube donde neurólogos explican las consecuencias del insomnio como lo que ha leído en los pdf de las ponencias sobre el tema, coincide con lo que su cuerpo experimenta. Ya de algún modo se cuestionaba su propia realidad. Se sentía vivo y poderoso, y aunque a veces el miedo llegaba, como un perro ladrando en un camino oscuro, se sentía también dueño de las estrellas, d...
Bernardino Araque, por Alejandro Moreno
102b, José Alejandro Moreno Guevara

Bernardino Araque, por Alejandro Moreno

La primera bodega que hubo en San José de Bolívar fue la de Bernardino Araque. Bernardino era un hombre bondadoso y solitario. Había enviudado muy joven y no se había vuelto a casar. Venía de una estirpe de Bernardinos. De hecho su abuelo Bernardino Araque Mora había entrado a Caracas tres caballos más atrás de Cipriano Castro. En su bodega podía conseguirse desde un rifle de dos bocas hasta un paquete de galletas Arita. Un día le trajeron de La Mesa de San Antonio a una muchacha para que lo ayudara en la bodega y si él quería tenerla de mujercita. Vasilia Benítez tenía dieciséis años sin embargo era toda una mujer. Para Bernardino resultó de gran ayuda aquella muchacha en flor que era una máquina imparable de trabajo. Sin embargo pasaron los años y Bernardino nunca tocó a Vasilia. Ella...
El matachín de Cantaura, por Alejandro Moreno
94b, José Alejandro Moreno Guevara

El matachín de Cantaura, por Alejandro Moreno

Cuenta Don Lucas Manzano que una vez un matachín de oficio de la ciudad de Cantaura, enterado de que el Reverendo franciscano Fray Nicolás de Odena le había echado la partida para atrás con una hermosa joven a quien había intentado enamorar, propuso celebrar un velorio poniendo el muerto.Así las cosas, pidió colaboración de amigos y familiares, a quienes informó de sus planes de matar al religioso. Cuenta Don Lucas que el matachín se fue a su casa y se metió en su cama fingiendo estar enfermo de gravedad y que requería la presencia de Fray Nicolás de Odena para que le administrase los santos óleos. Fueron así los cómplices a la casa parroquial porque el franciscano era el cura de las almas de Cantaura. Le dijeron que se requería de sus oficios y se encaminó el cura junto a los hombres al l...
Samuel y Paquirri, por Alejandro Moreno
92b, José Alejandro Moreno Guevara

Samuel y Paquirri, por Alejandro Moreno

Samuel sabe que "escucharte reír es poesía en sí misma". Una frase se abre como cornada, "me matas como Avispado a Paquirri", y a esa hora de la madrugada vibra el desamparo, se le hinca otra frase en el costado: "todos los días desde que te conocí son veintiséis de septiembre". Aunque los tragos de ron a esa hora solo están en su memoria, se sigue desvaneciendo en el abismo que "es aire que ahoga".Se dicen "adiós entre una muy pertinaz lluvia de acentos y lágrimas". "¿Te acuerdas?" Se dice a sí mismo. Todo ha sido magnífico y quizás por eso tal vez es muy ilusorio y doloroso. Samuel está tan exhausto como el toro "todavía el hilo de sangre mancha todo". La melancolía hiere dos veces porque volverse a conmover nunca ha sido fácil para nadie. Un camino de botellas vacías y anhelos tardíos s...
El secreto de Estanislao Nucete, por Alejandro Moreno
75b, José Alejandro Moreno Guevara

El secreto de Estanislao Nucete, por Alejandro Moreno

¿Qué razones habría de tener el viejo doctor Estanislao Nucete, para volver a la ciudad de Mérida después de tantos años? Al parecer muchas. Nadie había vuelto a hablar de eso en Mérida, al menos en sesenta y cinco años. La historia era muy sencilla: un estudiante de medicina veinteañero, un muchacho del Páramo y una ciudad muy pequeña. Estanislao Nucete había hecho su vida en Margarita, en un pueblito llamado Paraguachí. Allá ejerció durante muchos años como médico pediatra, que era en lo que se había especializado en su querida universidad de los Andes. De Mérida, no había querido saber más nada hasta ese día. Después de sesenta y cinco años estaba frente al viejo edificio de la ULA, viendo con nostalgia sus recuerdos. Y aunque pensaba que nadie se acordaba de él, ya a esa hora se hab...
El poeta de los leprosos, por Alejandro Moreno
73b, José Alejandro Moreno Guevara

El poeta de los leprosos, por Alejandro Moreno

A José David Camargo lo llamaban el poeta de los leprosos. Solía vérsele por los lados de Padre Sierra caminando a cualquier hora. Si algún vecino se asomaba por la ventana a las tres de la mañana, probablemente iba a ver a José David Camargo con su carpeta debajo del brazo, rumbo a los lados de La Pastora.A José David no se le conocía mujer. Quizás su timidez patológica lo mantenía al margen de los deleites del amor femenino. Lo que sí es que José David estaba constantemente escribiendo sus poemas, que luego regalaba a los enfermos del leprocomio de Catia La Mar, al cual iba al menos una vez al mes. Se iba con su carpeta de poemas toda esperolá y con una bolsa de panes dulces que compraba en una panadería de unos hermanos gemelos de La Grita, que llamaban los Morochos Pineda.Llegaba allí ...
José Alejandro Moreno Guevara

Dois amigos, por Alejandro Moreno

ler em espanhol   Desde pequenos, Juan de Dios e Arcadio eram muito próximos. Eu costumava vê-los juntos o tempo todo. A bem da verdade, Lucrécia, mulher de Arcadio, não gostava muito da relação do marido com Juan de Dios. Dizem, embora ninguém possa confirma-lo que ela o chamava de Juan do Diablo.Mas, já pouco importa; Arcadio já morreu e ninguém se interessa em saber o que Lucrecia dizia de Juan de Dios. A essa hora, bem cedo pela manhã ninguém vê Juan de Dios chorando na estrada de Río Chiquito a San Lorenzo. Os vaga-lumes bêbados que se beijam no céu, abraçam a Juan de Dios, eles sabem porque ele chora.do mesmo autor
Dos amigos, por Alejandro Moreno
70a, José Alejandro Moreno Guevara

Dos amigos, por Alejandro Moreno

ler em português   Juan de Dios y Arcadio desde muchachitos fueron muy unidos. Solía vérselos juntos siempre. La verdad sea dicha a Lucrecia, la mujer de Arcadio, no le gustaba mucho la juntilla de su marido con Juan de Dios. Dicen, aunque a nadie le consta que ella lo llamaba Juan del Diablo.Pero total, ya Arcadio está muerto y a nadie le importa como Lucrecia le decía a Juan de Dios. A esa hora de la madrugada nadie puede ver a Juan de Dios llorando por el camino de Río Chiquito a San Lorenzo. Los cocuyos borrachos que se besan en el cielo abrazan a Juan de Dios, ellos sí saben por qué lloran.del mismo autorCompartir en Quiero patrocinar