Invierno en Lima,
por Getulio Bastardo
Los que nacimos y crecimos en el trópico no aprendimos nunca a leer las estaciones en un calendario. El tiempo se nos revelaba de otra manera, más intuitiva, más ligada a la piel y a la mirada. Sabíamos que era primavera cuando la montaña amanecía vestida de morado, de rojo encendido o de un amarillo deslumbrante, colores que regalaban el apamate, el araguaney y el flamboyán.
Si los árboles se despojaban de su ropaje y quedaban desnudos, entonces era otoño.
El invierno y el verano, en cambio, eran casi lo mismo en aquellas ciudades nuestras. En Cumaná, donde nací, un aguacero podía sorprendernos a cualquier hora y, al poco rato, el sol volvía a brillar con un descaro alegre, como si nada hubiera pasado. En Mérida, la montaña imponía su propio orden: había solo dos estaciones, cuando ...