ECM, por Luli Delgado
Yo era muy niña cuando presencié por primera vez la inercia de la muerte. Sentí una presencia imponente y era como si, con la nariz y las manos pegadas al vidrio de la urna, me despidiera de mi papá sin terminar de creer que aquello fuera verdad, sin saber hacia dónde se iba y tratando de entender lo que significaba “para siempre”.Con los años creció conmigo un miedo enorme, acompañado de la inconformidad de que quien se va no regresa, y, coletazos de infancia, mi fantasía de que pudieran avisar que llegaron bien.Hace siete años, Lulucita se mudó al cielo en circunstancias distintas. No fue un infarto fulminante: se fue porque ya era muy viejita. En la morgue me quedé un rato con ella, dándole las gracias y pidiéndole que se fuera tranquila. Fue un giro de 180 grados: desde entonces siento...