Aprender el silencio,
por Victorino Muñoz
La habilidad de darnos cuenta de que estamos siendo latosos al hablar es un privilegio concedido a pocos, por lo que he podido ver a lo largo de mi vida. Por más que uno bostece y voltee para otro lado, el latoso no se da por aludido y sigue en su cháchara.La forma de practicar la conversación hoy día prueba que lo importante es hablar; pero ser escuchado o comprendido ya resulta secundario. Aquello del buen hablante y el buen oyente es letra muerta, clasecita de escuela olvidada junto con todo lo demás.Por otra parte, el derecho de palabra ya no se pide, se arrebata. Nos atropellamos para decir lo nuestro, sin escuchar; como si tuviéramos dos bocas y solo una oreja, cuando resulta que la cosa es al revés.Y el que más grita es quien lleva la voz cantante. Los tímidos estamos condenados a e...