Amor eterno,
por Luli Delgado
El señor de mi casa regresó hace unos días con la novedad de que en el bar de abajo había conocido a un brasileño, un muchacho joven, quien entre cervezas le había contado que había peleado con la novia.
Alfredo, conciliador por naturaleza, lo oyó y aconsejó lo mejor que pudo, eso sí, sin tomar partido, para no ser él más tarde quien pagara el pato.
Pasaron unos días y se lo volvió a encontrar. Le preguntó que cómo estaban las cosas, a lo que el muchacho respondió: “muy bien, porque terminamos”.
Cuando me lo vino a contar levanté una ceja, porque, si bien hace tiempo que no termino con nadie, recuerdo perfectamente que las rupturas amorosas equivalían a muchos días de tristeza, nostalgia y sobre todo un hueco por dentro que no había quien lo tapara, por lo menos por un tiempo.
Para...